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El significado del Día de los Muertos: un puente entre el amor y la memoria

La celebración del Día de los Muertos ha cobrado un significado más profundo para mí desde hace un año, cuando mi papá falleció. Esta fecha, que antes veía como una...

La celebración del Día de los Muertos ha cobrado un significado más profundo para mí desde hace un año, cuando mi papá falleció. Esta fecha, que antes veía como una tradición alegre y colorida, hoy representa un momento de gratitud. Más que una jornada de tristeza, es una festividad en la que agradezco haber tenido el privilegio de compartir mi vida con mis seres queridos, especialmente con mi papá.

Ariadna en Ejutla de Crespo con un ramo de flor de Cempasúchitl, cresta de gallo y birushe. (Ariadna Sanchez)

Desde que tengo memoria, en mi comunidad de Ejutla de Crespo, Oaxaca, el ambiente comienza a transformarse desde mediados de octubre. Se siente esa emoción especial por preparar el altar y acudir al mercado a comprar todo lo necesario para que los fieles difuntos se sientan nuevamente en casa.

Recuerdo con cariño las visitas a las casas de mis abuelos maternos y paternos, donde levantaban altares preciosos adornados con flor de cempasúchil y cresta de gallo, cuyos tonos anaranjados y rojos llenaban de vida cada rincón. Preparar la ofrenda era una experiencia familiar: entre mis primos y hermanas colocábamos la fruta, el pan, los cacahuates, las nueces, los dulces regionales, la cerveza, el mezcal, el chocolate, el café, el pan de yema, el vaso de agua, las galletas de animalitos… una larga lista bajo la atenta mirada de mis abuelas. Ellas cuidaban cada detalle, convencidas de que olvidar algo que le gustaba a un difunto sería un gesto de falta de respeto.

Altar en honor a mi papá y parientes en Ejutla de Crespo, Oaxaca. (Ariadna Sanchez)

Hoy, con mi propio hogar y tras la partida de mi padre, continúo esta tradición con el mismo amor y respeto. Colocar el altar se ha convertido en un acto de memoria y de enseñanza para mis hijos. Juntos compramos rollos de cempasúchil y cresta de gallo, y mientras lo hacemos, les hablo de mis abuelos, tíos, tías, mis queridas mascotas y, sobre todo, de su abuelo.

Para mí, el altar no es solo una decoración: es un puente entre dos mundos, un espacio donde la esperanza y el amor vencen al olvido. Cada vela encendida, cada aroma, cada color me recuerda que la muerte no borra el amor; solo lo transforma.

Gracias a lo que mis antepasados me enseñaron, hoy puedo transmitir a mis hijos el valor de nuestras raíces, el respeto por las costumbres y el amor que da sentido a nuestra historia. Es una cadena de amor, respeto y esperanza que no se rompe con la muerte, sino que se renueva en cada Día de los Muertos. ¡Que viva la vida, más allá de la muerte!